viernes, 15 de noviembre de 2013

Video Fiesta de Baldomero, agradecemos la Colaboración de Ricardo Galindo y Valeria Lopez (INTEC) por su colaboración.




El mejor Freestyler del mundo, habrá alguno en el Comercial 4????


Departamento de Orientación Educativa

Departamento de Orientación Educativa
Asesora Pedagógica: Prof. Lic. María Bermolen
Psicóloga: Lic. Dolores Bermolen

Funciones del Departamento de Orientación son:Asesorar y 
asistir técnicamente a los equipos de conducción en acciones institucionales
 en las áreas pedagógicas, didácticas y psicológicas
Asesorar en la planificación e intervenir en la implementación de
 la Planificación Institucional Participativa (PIP) y/u otros programas de
 prevención (orientación estudiantil, tutoría, salud integral, etc.)

Feria Contable 2013 !!!!!!!!





 







jueves, 14 de noviembre de 2013

De Colores



















Clarita Fernández Moreno


 Clarita Fernández Moreno


Para los poetas que participaban de las tertulias en la casa de Baldomero Fernández Moreno, ella era "Clarita", la mimada, "un poco la novia de todos". Su padre le dedicó poemas a esa "chiquilla", a quien amaba ver leer novelas policiales de Ellery Queen a los once años. "Lee como yo, tal cual", dice un verso que ella aún recita. Clara leía, sí. Pero también escribía. "Lo primero que escribí en unas hojas de cuaderno lo escondí detrás de algún cuadro en el comedor de mi casa de la infancia, en Flores -confiesa setenta años después, cuando recuerda a aquella muchacha tímida-. No quería mostrar mis poemas, no tenía dónde ponerlos y no quería tener carpetas. En casa mi papá escribía, mis hermanos César y Manrique escribían, y toda persona que pisaba la casa en busca de papá era poeta." Eran los años 40; otras épocas, sobre todo, para una mujer. "La que escribía se arriesgaba a ser tomada como liberal, no en sentido político sino sexual", dice.
Su libro de poemas El día de la vida, recién reeditado por Ediciones del Dock, casi brilla sobre la mesa grande del comedor en su departamento de Barrio Norte. Atrás, un amplio ventanal exhibe un patio de césped y una multitud de gatos negros. "Ya no los contamos. Pero acá sólo entra la negrita." Por momentos Clara se dispersa, va y vuelve en el tiempo; por su vida pasaron, al menos, dos generaciones de poetas y habla de ellos; quiere recordarlos a todos. "La entrevista te puso nerviosa, mamá", advierte Carmen Vasco, una de sus dos hijas, que esta tarde la visita. Por primera vez la noticia es ella, Clara, su obra. Se vistió especialmente con una camisa de seda color durazno. "Me dijeron que esta camisa me hacía más elegante. ¿Cómo me veo?", le pregunta al fotógrafo.
El libro que tiene en sus manos ganó el Premio Municipal de Poesía Inédita y por ese motivo fue editado en 1984, pero al poco tiempo ya no se consiguieron ejemplares. "Me acuerdo como si fuera hoy: quería presentarme a ese premio para ver ese libro mío publicado. Yo siempre estaba escribiendo para un libro, pero no se lo contaba a nadie. Como mi familia no sabía nada de los poemas, los empecé a pasar con la vieja Olivetti. Llegué a tiempo y me presenté." Clara obtuvo el premio al cumplir cincuenta años. Cuando el libro estuvo impreso, le entregó un ejemplar a cada hermano, ambos escritores: César y Manrique. "Me dijeron que no sabían que yo escribía. Cuando le di el libro a César, se asombró y después me dijo que los poemas le gustaban mucho."
Toda su familia estuvo siempre ligada a la literatura. Y su círculo de amistades, también. Ella tiene memoria de las tertulias de su casa de la infancia en Flores, un lugar que también transformó en poesía. "Ella cruza hasta el almacén / al salir la esperan/ y como las mujeres que aman/ se mira en el espejo./ Era hermoso vivir allí/ con gatos/ y plantas/ respirábamos bien en Flores", escribe en un poema aún inédito. "El apellido de mi padre convocaba. Yo era chica, abría la puerta a gente que no conocía y que nadie me presentaba. Se habían enterado de que allí se conversaba de arte, de poesía y por eso venían", cuenta. Así conoció, entre otros, al escritor y cineasta Manuel Antín, al poeta Edgar Bayley, al escritor y publicista que después sería su marido, Juan Antonio Vasco.
"Había un comedor que tenía puertas de vidrio gruesas. Yo espiaba a Vasco, que por entonces era discípulo de papá. Me gustaban su cara, sus ojos, lo que hablaba con papá, los libros que escribía", relata. Aún se sonríe con picardía cuando lo menciona. Los recuerda reunidos en torno a la mesa grande del comedor donde había una máquina de escribir y muchos papeles: "Leían, completaban poemas, corregían. Me gustaba mucho verlos".
Ya en su juventud, tras la muerte de Baldomero, la familia se mudó al barrio de San Telmo. Enseguida la casa de la calle Chile fue centro de reuniones literarias y artísticas. Allí se empezó a gestar el movimiento Poesía Buenos Aires. Los hermanos Fernández Moreno recibían a los poetas Raúl Gustavo Aguirre, Nicolás Espiro, Jorge Enrique Móbili, Mario Trejo, Rodolfo Alonso, Ramiro de Casasbellas, Alejandra Pizarnik, Francisco Urondo, entre otros. Las veladas empezaban a las diez de la noche y concluían a las dos, tres, hasta las seis de la madrugada, a veces. "Armaban cadáveres exquisitos, esos poemas comunitarios en los que cada uno escribía un verso y luego doblaba el papel para tapar lo escrito antes de pasárselo a otro para que lo continuara", cuenta Clara.
Las mujeres eran minoría en esos círculos de intelectuales. Ella seguía escribiendo y quería empezar a mostrar lo suyo. "Un día le presenté un poema a uno de ellos. Me preguntó: '¿Para qué escribís? Esto es un desastre'. Me lo dijo en broma, pero lo hizo porque yo era mujer." Clara dice que en ese momento la broma le dolió, luego fue pasando. Por fin publicó algunos de sus poemas en la revista Poesía Buenos Aires. "Todos me querían; algunos me amaban pero no me lo decían. Yo era un poco la novia de todos. De querernos y nada más. No había compromiso."
En su madre, Dalmira López Osornio, Clara encontró su espejo. Aunque escribía poesía, Dalmira recién la publicó una vez muerto su esposo, que falleció en 1950. "Ella era, siempre fue, la gran esposa del gran poeta." Clara prefiere no explayarse, pero agrega que su padre era muy celoso y quizá por eso no alentaba a su esposa, que "escribía muy bien", a difundir su obra.
No obstante, para Clara, su padre siempre fue un referente indiscutible. Dice en el poema "Pasaje Robertson", que escribió tras su muerte:
Aún recuerda las 16 carrozas que integraron el cortejo fúnebre hasta Chascomús, donde fue sepultado. Ése lugar le resultó siempre inspirador, es un sitio que visita con frecuencia desde la infancia. Escribe en "Chascomús": "Me dije no quiero salir de este metro cúbico/ este lugar me gusta/ no me quiero mover/ aquí me vine a morir/ vine en su busca/ hace tantos años que lo piso/ que quisiera quedarme". "Este fin de semana largo fuimos para allá", dice. Ahí es donde vio por primera vez a Vasco, el hombre que amó con pasión. "Me gustó desde que éramos chicos, cuando lo veía nadar en la laguna y era campeón siempre." Pero la historia de ellos se hizo esperar. Vasco se había casado con su primera novia y recién tras su divorcio, en 1964, se casó con Clara y vivieron en Venezuela, donde él trabajaba, durante cuatro años. Con él participó del grupo de poetas surrealistas.
Cuando a Vasco le detectaron esclerosis múltiple, la vida de Clara volvió a cambiar drásticamente. Tenía a su cargo el cuidado de su marido y el de su madre, delicada de salud. "En casa, el hombre traía el dinero, a la vieja usanza. Cuando mi marido se enfermó, retomé la licenciatura en Letras, que había dejado por la mitad", relata. Clara recuperó su actividad laboral fuera de la casa, algo que había abandonado desde mediados de los años 80. Durante el gobierno de Raúl Alfonsín ("Raulito", para ella, por la amistad que los unía), coordinó el área cultural del Museo Ricardo Rojas, donde convocó a poetas de la Capital y del interior de la Argentina. Según cuenta, la docencia no la apasionaba pero le permitió seguir conociendo a personas valiosas que enriquecieron su vida.
En un rincón del comedor, a los pies de un mueble antiguo, el gato se acerca a la copa con agua que le prepara Clara. "Es un gusto que le doy", dice. Es el momento de la despedida..

martes, 5 de noviembre de 2013

Baldomero Fernández Moreno (San Telmo, Buenos Aires, Argentina, 1886 − 1950) fue un poeta argentino y médico rural. Su poesía, universal y hondamente nacional al mismo tiempo, ha inmortalizado la estética de los barrios porteños y la cálida placidez de las provincias y sus características rurales.

Su soneto más recordado es «Setenta balcones y ninguna flor». Cabe mencionar también «Una estrella», «El poeta y la calle» y «La vaca muerta», o sus libros de poemas Versos de NegritaIntermedio provinciano y Ciudad.